Paul Cézanne, Bodegón con canasta de manzanas. Instituto de Arte de Chicago. 1890-94.
Paul Cézanne, Bodegón con canasta de manzanas. Instituto de Arte de Chicago. 1890-94.

Paul Cézannepintor de pintores

 

La vida del solitario Paul Cézanne no padece altibajos. Conoce en el colegio Bourbon de Aix-en-Provence a Emile Zola, va a París a estudiar pintura, no es aceptado en los salones oficiales, expone en 1863 en el Salón de los Rechazados y, tras morir su padre y cobrar una herencia de 200.000 francos, se retira de nuevo a Aix a seguir con su práctica de la pintura. De su relación con Hortense Fiquet tiene un hijo, Paul, pero prefiere vivir solo. Cézanne se molesta incluso si alguien le roza. Lo suyo fue la soledad del corredor de fondo. Si Jean Dominique Ingres es el gran pintor de la primera mitad del siglo XIX, este siglo se cierra bajo la influencia de Paul Cézanne. Maurice Denis presenta una obra en el Salón de los Independientes de 1901 con el título Homenaje a Cézanne. En ella están todos sus compañeros contemplando una naturaleza muerta de Cézanne que perteneció a Paul Gauguin. Cézanne, en su carrera de fondo y en su magisterio fue un pintor de pintores. No sólo Gauguin poseía una obra de este artista, también lo hicieron Henry Matisse, Pablo Picasso, Maurice Denis o Henry Moore, que compró un óleo con el tema de Bañistas. Si repasamos los textos de artistas encontramos el elogio principal para Cézanne en Picasso, Kandinsky, Klee, Gris, Bonnard, Delaunay, Larionov, Denis y Camoin; es decir, en todas las tendencias estéticas de principios de siglo. Todos ellos fueron testigos de la exposición que el Salón de Otoño de 1907 dedicó tras su muerte al pintor provenzal con una selección de 56 piezas.

 

Kosme de Barañano

(Catedrático de Historia del Arte)

 

traductor para el blog blogger web
Henri Toulouse-Lautrec, Jane Avril bailando. Óleo a la trementina sobre cartón, 85,5 x 45 cm. Musée d'Orsay, París. 1892
Henri Toulouse-Lautrec, Jane Avril bailando. Óleo a la trementina sobre cartón, 85,5 x 45 cm. Musée d'Orsay, París. 1892

Henri de Toulouse-Lautrec, mojón entre dos siglos

 

En el principio de la modernidad fue el simbolismo. Cuanto más nos asomamos al entre-dos-siglos eruopeo, más nos damos cuenta de que ahí empezó dodo, de que en arte, en literatura, en música, en arquitectura, en fotografía, las raíces del siglo XX, de las vanguardias, están en Charles Baudelaire, en Paul Verlaine, en Jules Laforgue, en Pierre Bonnard, en Édouard Vuillard, en Paul Gauguin, en Arnold Böcklin, en Stéphane Mallarmé, en Marcel Proust, en Émile Verhaeren, en Claude Debussy, en Érik Satie, en Alfred Jarry, en Edvard Munch, en Juan Rámon Jiménez, en Antonio Gaudí, y así sucesivamente, y de que luego vendrían, sobre esa base, Pablo Picasso, Juan Gris, Ramón Gómez de la Serna, los compositores de Viena, Constantin Brancusi, Guillaume Apollinaire, y los poetas cubistas, Marcel Duchamp, Picabia, Ezra Pound, T.S. Eliot, Alfred Stieglitz, Giorgio de Chirico, Fernando Pessoa, Salvador Dalí incluso...En el caso que nos ocupa, el de Henri de Toulouse-Lautrec, está claro lo muchísimo que le debe la modernidad, en sus inicios. 

 

Juan Manuel Bonet

(Crítico de Arte)

Jan van Eyck, El hombre del turbante. Óleo sobre tabla, 25,5 x 19 cm. National Gallery, Londres. 1433
Jan van Eyck, El hombre del turbante. Óleo sobre tabla, 25,5 x 19 cm. National Gallery, Londres. 1433

Jan van Eyck, nuevos tiempos para el arte

 

"Als ich can" quiere decir exactamente "como puedo" y fue inventada y adoptada como divisa propia por el gran pintor Jan van Eyck. En el siglo XV existió una cierta obsesión por individualizarse y destaca a partir de un emblema, una empresa o una divisa. Aún a princiopios del siglo XVII (1611) Sebastián de Covarrubias definía así a la última: "La señal que el caballero trae para ser conocido, por la cual se divide y se diferencia de los demás". Una divisa es un texto breve, condensado, que debe expresar una idea y quien la adopta supone adecuada a la imagen que quiere das de sí. La frase elegida por el pintor quizás derive de otra más larga que terminaría indicando que se hace lo que se puede, no lo que se quisiera hacer. En este sentido es un muestra de modestia. No creemos que ésta fuera la intención real. Por el contrario, si prescindimos de esa segunda parte se queda en cierta medida en algo similar a "tanto como puedo" o "lo más que puedo", lo que implica un deseo de rigor y superación.

 

Joaquín Yarza Luances

(Catedrático de Historia del Arte)

Claude Monet, El estanque de los nenúfares, armonía verde. Óleo sobre lienzo, 89,5 x 100 cm. Musée d'Orsay, París. 1899
Claude Monet, El estanque de los nenúfares, armonía verde. Óleo sobre lienzo, 89,5 x 100 cm. Musée d'Orsay, París. 1899

Claude Monethago lo que pienso

 

Es casi imposible luchar contra los tópicos, los lugares comunes, contra lo que Gustave Flaubert llamó ideas recibidas. Y mucho más en lo que se refiere a los grandes nombres de nuestra tradición artística. En el caso de Claude Monet (1840-1927), el tópico lo sitúa como un artista espontáneo, maestro de la pintura al aire libre y uno de los protagonistas centrales del Impresionismo. Pero todos esos datos, que fijaron la figura de Monet para sus contemporáneos, resultan bastantes insuficientes para restituir la intensa pasión y densidad de una obra cuyo catálogo razonado en 1996 contabilizaba 2.050 piezas.

Para empezar, conviene advertir que seguimos pensando en Monet como en un pintor del siglo XIX, pero su larga vida y su continua dedicación a la pintura hasta sus últimos años hicieron que en su etapa final sus obras convivieran con los desarrollos rupturistas de las vanguardias artísticas del XX, en las que por otra parte, como veremos, había dejado impreso su sello. Tampoco creo que sea adecuado reconocerle, sin más, como impresionista: cada vez se hace más evidente que agrupar a escritores, músicos o artistas plásticos en casillas clasificatorias o rótulos genéricos es un procedimiento teóricamente obsoleto, que acaba forzando o desfigurando lo que cada uno tiene de específico. El auténtico creador articula en su trayectoria todo un mundo propio, una galaxia completa de significados y referentes.

 

José Jiménez

(Historiador, Instituto Cervantes en París)

Canaletto, El puente Rialto desde el sur. Óleo sobre lienzo, 70 x 92 cm. Galleria Nazionale d'Arte Antica, Roma. 1735
Canaletto, El puente Rialto desde el sur. Óleo sobre lienzo, 70 x 92 cm. Galleria Nazionale d'Arte Antica, Roma. 1735

Giovani Antonio Canal Canalettola Venecia de Canaletto

 

Mientras acababa de empacar sus múltiples objetos de plata ("aquí la que se queda, aquí la que se va") antes de partir para Europa, los ojos del indiano cayeron sobre un pastel de Rosalba Carriera que presentaba a tres hermosas venecianas, tanto más bellas por cuanto eran lejanas. Y al verlas, "pensaba él que aquellas venecianas no le resultaban ya tan distantes, puesto que muy pronto conocería a las cortesanas —plata, para ello, no le faltaba— que tanto habían alabado, en sus escritos, algunos viajeros ilustres, y que, muy pronto se divertiría, él también, con aquel licencioso juego al que muchos se entregaban allá, según le habían contado, de pasear por los canales angostos, oculto en una góndola de todo discretamente abierto, para sorprender el descuido de las ricas hembras que, sabiéndose observadas, al ajustarse un ladeado escote mostraban, a veces, fugazmente pero no tan fugazmente como para que no se contemplara a gusto, la sonrosada poma de un pecho".

 

Miguel Morán Turina

(Profesor universitario titular de Historia del Arte)

 

Caravaggio, Narciso. Óleo sobre lienzo, 112 x 92 cm. Galleria Nazionale d'Arte Antica, Palacio Corsini. 1599
Caravaggio, Narciso. Óleo sobre lienzo, 112 x 92 cm. Galleria Nazionale d'Arte Antica, Palacio Corsini. 1599

Michelangelo Merisi da Caravaggio Caravaggio, el realista renegado

 

El artista conocido como el padre del realismo pictórico se llamaba Michelangelo Merisi y nació el 29 de septiembre de 1571 en el pueblo de Caravaggio, al norte de Milán. Su padre, Fermo Merisi, era arquitecto y mayordomo del noble local, el marqués de Caravaggio. El marqués era un mecenas de las artes y tenía relaciones con la poderosa nobleza papal de Roma. Estas relaciones con la jerarquía vaticana serían útiles al pintor, que tomaría el nombre de su lugar de nacimiento. Tras la muerte de su padre, que acaeció cuando el muchacho tenía once años, fue enviado como aprendiz con un mediocre maestro milanés llamado Simone Peterzano, que trabajaba en el dominante estilo tardomanierista. Este estilo idealizado se basaba en la gracia y la elegancia. Descrito como la maniera por su atención a la convención, era el artificial estilo que se enseñaba en las academias de arte a finales del siglo XVI.

Eran contrarios al manierismo algunos pintores del norte de Italia continuadores de la observación de la naturaleza, que había inspirado a Leonardo y a sus seguidores. Como aprendiz en el estudio de Peterzano, el joven Caravaggio recibió una buena formación en dibujo y técnicas pictóricas. Sin embargo, era evidente que estaba más dotado que su pedestre maestro. Pronto abandonó la provicinana Milán para marchar a Roma, el centro del arte mundial en la época. 

 

Barbara Rose

(Historiadora y crítica del Arte)

Goya, Autorretrato en taller. Óleo sobre lienzo, 42 x 28 cm. Real Academia de San Fernando, Madrid. 1793-95
Goya, Autorretrato en taller. Óleo sobre lienzo, 42 x 28 cm. Real Academia de San Fernando, Madrid. 1793-95

Francisco de Goya y Lucientes Goya, genio en tiempos de renovación

 

Goya fue un genio indiscutible de la pintura en un tiempo de renovación y novedades por parte de quienes se dedicaron a ese difícil arte, definido por el propio artista como "sagrada Ciencia que tanto estudio exige aún de los que han nacido para ella", en su informe sobre las enseñanzas del arte, dirigido a la Academia de San Fernando en octubre de 1792. Europa produjo desde los inicios del siglo XVIII hasta los primeros años del XIX algunos de los nombres más importantes de la cultura pictórica occidental: Watteau, Chardin, Hogarth, Tiépolo, Mengs, Gragonard, Reynolds, David, Blake o Turner. Son sólo unos pocos ejemplos elegidos entre quienes fueron innovadores en la pintura religiosa mitológica o alegórica, en los retratos, naturalezas muertas y paisajes, autores de la pintura de gabinete, de las sátiras moralizantes y de costumbres o creadores de una nueva vía de expresión: la caricatura. Goya, como buen pintor del siglo XVIII, abarcó todos estos géneros y aún más, si se entra en le campo excepcionalmente rico de sus aguafuertes y de sus álbumes de dibujos, pero se situó, además, junto a unos pocos, intemporal y universalmente, entre los grandes creadores de imágenes de todos los tiempos. 

 

Manuela B. Mena Marqués

(Conservadora del Museo del Prado)

Monet, Monet pintando en el estudio flotante. Óleo sobre lienzo, 81 x 100 cm. Neue Pinakothek, Munich. 1974
Monet, Monet pintando en el estudio flotante. Óleo sobre lienzo, 81 x 100 cm. Neue Pinakothek, Munich. 1974

Édouard Manet, el pintor de la vida moderna

 

Gran admirador de los maestros de otras épocas, al igual que lo fuera más tarde Picasso, Manet supo extraer las enseñanzas de esos grandes pintores del pasado para alcanzar las más modernas técnicas y planteamientos artísticos. A tales procedimientos pictóricos debe gran part de sus avances el Impresionismo. Descubridor del espacio público, reflejó en sus composiciones el vigor y las contradicciones de la vida moderna, sin descuidar por ello géneros tan tradicionales como la naturaleza muerta. Su admiración por las costumbres y las gentes de Esapña le llevó a homenajear con su pintura a los más grandes artistas de nuestro país, cultivando siempre un estilo indefinible, que participa a veces del realismo y a veces del Impresionismo, sin que quepa, sin embargo, su adscripción a ninguna corriente concreta. Su arriesgada actitud ante el hecho artístico en general —como la inclusión del desnudo desprovisto de idealización en escenas de la vida cotidiana, lo que constituyó en su momento piedra de escándalo— convierte a este artista en uno de los pintores más originales y vanguardistas de la plástica moderna. 

 

Paloma Esteban Leal

(Conservadora de dibujo y grabado del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía)

Tintoretto, Autorretrato. Óleo sobre lienzo, 65 x 52 cm. Museo de Louvre, París. 1588
Tintoretto, Autorretrato. Óleo sobre lienzo, 65 x 52 cm. Museo de Louvre, París. 1588

Jacopo Comin Tintoretto, de artesano a artista

 

Un autorretrato sencillo, austero, sólo el busto del artista sobre un fondo oscuro, mirando directamente al espectador de un modo nuevo en la pintura, legó al futuro las facciones severas del viejo Tintoretto. En la directa captación de su rostro, el artista homenajeaba sin duda la nobleza severa e inmediata por el pasado clásico, como buen maestro del Renacimiento. Sin embargo, su interpretación veraz y descarnada de sí mismo, su realismo e introspección psicológica, encerraban tanta modernidad que Manet, casi trescientos años más tarde, lo copió como manifiesto de su propia voluntad renovadora y realista y de la pureza que pretendía para su pintura. De fecha poco anterior a 1588, el pintor rondaba en este autorretrato los setenta años, al haber nacido en 1518. A pesar de su larga barba blanca y de otros signos evidentes de su edad, acababa de ser padre de Lanza, nacida en 1585, y aún le iba a nacer Altura, su última hia, casi a los cuarenta años de su matrimonio. que vivía aún en 1646. Tintoretto, fecundo e innovador artista, fue también fecundo padre. Casado en 1550 con la joven Faustina de' Vescovi, hija del maestre general de Scuola di San Marco, tuvo ocho hijos, Marietta, Giovanni Battista, Domenico, Marco, Perina, Ottavia, Lanza y Altura, tres le siguieron en su profesión: Marietta, Domenico y Marco. 

 

Manuela B. Mena Marqués

(Conservadora del Museo del Prado)

El Bosco, Tríptico del Jardín de las Delicias (abierto). Óleo sobre tela, tríptico, 220 x 390 cm. Museo Nacional del Prado, Madrid. 1480-90.
El Bosco, Tríptico del Jardín de las Delicias (abierto). Óleo sobre tela, tríptico, 220 x 390 cm. Museo Nacional del Prado, Madrid. 1480-90.

Hieronymus Bosch El Bosco, futurible divino y paraíso invertido

 

No hay otro caso como el Bosco entre los grandes artistas de la historia: siempre ha gozado de la alta estima de algunos coleccionistas poderosos y de muchos aficionados, y conservamos de él un núcleo muy significativo de obras, pero las noticias sobre su vida y sus ideas son escasas, casi inexistentes. No es que sea el único pintor antiguo de quien sabemos muy poco, pero la singularidad de sus cuadros, su gran "rareza", acentúan la impresión de que nos encontramos ante un fenómeno verdaderamente excepcional. Es difícil de entender, en suma, por qué un creador tan apreciado por sus contemporáneos ha dejado tan pocos rastros biográficos. ¿Forma parte este silencio de una estrategia calculada? ¿Quiso el Bosco ocultarse detrás de su obra para que ésta mantuviera siempre muy activa la llama del enigma? No debemos desdeñar la posibilidad de que la respuesta sea afirmativa tratándose de un hombre que desarrolló su actividad en los albores de la Edad Moderna, a caballo entre los siglos XV y XVI. Surgieron en aquella época los primeros artistas autoconscientes, amañadores de sus propias biografías, gentes que aspiraban a situarse a sí mismos en una perspectiva legendaria. 

 

Juan Antonio Ramírez

(Catedrático de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid)

Renoir, Baile en el Moulin de la Galette. Óleo sobre lienzo, 131 x 175 cm. Musée d'Orsay, París. 1876
Renoir, Baile en el Moulin de la Galette. Óleo sobre lienzo, 131 x 175 cm. Musée d'Orsay, París. 1876

Pierre Auguste Renoir, el pintor feliz

 

De todos los protagonistas de la gran aventura del Impresionismo, Pierre Auguste Renoir (1814-1919) es quizá el pintor que más ha exaltado la belleza del mundo, con esa visión idílica de la vida tan suya, marcada por la inocencia y la alegría. La elegancia de sus retratos, la brillantez de las escenas costumbristas o el refinamiento de sus desnudos femeninos, son el fruto de una filosofía basada en la búsqueda de una armonía que nada parecía perturbar. Es cierto que los impresionistas se caracterizaron por un pintura sutil, llena de matices, en la que, por primera vez en la historia del arte, la luz estalla con todo su esplendor y sus vibraciones. Por sus temáticas amables y sus paisajes de colores vibrantes, absolutamente inéditos hasta entonces, Degas, Manet, Monet, Sisley, Pissarro y Renoir ofrecieron una imagen placentera del mundo que a mediados del siglo XIX estaba en total ruptura con todo lo que les había precedido. La grandilocuencia de los cuadros de historia de Jacques Louis David, el clasicismo de Ingres, la severidad del realismo de Gustave Coubert o el drama romántico de Eugène Delacroix ilustraban unos conceptos de la pintura radicalmente distintos.

 

Marie-Claire Uberquoi

(Museo de Arte Moderno y Contemporáneo Es Baluard)

Durero, Autorretrato con guantes. Óleo sobre tabla, 52 x 41 cm. Museo Nacional del Prado, Madrid. 1498
Durero, Autorretrato con guantes. Óleo sobre tabla, 52 x 41 cm. Museo Nacional del Prado, Madrid. 1498

Albrecht Dürer, el genio de Durero

 

Observando con un criterio amplio la evolución de las diferentes fases históricas de la civilización occidental se llega a la conclusión de que Durero es uno de los genios más distinguidos que ha producido Europa y tal consideración no se refiere sólo a una época concreta sino a todas ellas, puesto que su protagonismo sinceramente artístico en su tiempo y en períodos sucesivos merced a la propagación de su producción gráfica, rica en innovaciones y poderosamente enérgica, es incuestionable; si a ello se suman la calidad y variedad de sus creaciones pictóricas, la perfección técnica y el atractivo de sus dibujos, así como la importancia de sus teorías estéticas, se tendrá cumplida cuenta del conjunto de sus aportaciones al mundo cultural germánico en particular y al universal en general. Siempre es conveniente recordar que fue un hombre eminentemente preocupado por el hecho de enfrentarse con los retos que estética y técnicamente se el planteaban; no en vano este formidable autor del Renacimiento en Alemania se debatió entre la antigua y prestigiosa tradición gótica bajomedieval de sus país y las nuevas corrientes que llegaban de la Italia del Quattrocento y del primer Cinquecento. 

 

Juan J. Luna

(Conservador del Museo del Prado)

Miguel Ánguel, Bóveda de la Capilla Sixtina. Fresco, 13 x 36 m. Ciudad del Vaticano, Palacios Vaticanos, Capilla Sixtina. 1508-1512
Miguel Ánguel, Bóveda de la Capilla Sixtina. Fresco, 13 x 36 m. Ciudad del Vaticano, Palacios Vaticanos, Capilla Sixtina. 1508-1512

Michelangelo Buonarroti Miguel Ángel, nuestro contemporáneo

 

En la introducción a su libro El arte clásico, publicado por primera vez en 1899, Heinrich Wölfflin caracterizaba el período más alto del Renacimiento italiano, el que se extendería aproximadamente a lo largo del primer tercio del siglo XVI, como un esfuerzo truncado, una culminación incompleta. "Es inevitable que nos preguntemos cuánto llegó a cuajar como un logro, cuánto de lo intentado en esos breves, escasos años de culminación se quedó en mero proyecto o cayó víctima de una temprana destrucción. La Última Cena de Leonardo no es más que una ruina, su gran pintura de La Batalla de Anghiera, encargada por la ciudad de Florencia, nunca llegó a terminarse e incluso se ha perdido su dibujo preparatorio. Los Soldados bañándose de Miguel Ángel corrieron la misma suerte, la tumba de Julio II quedó sin realizar, salvo unas pocas figuras, y la fachada de San Lorenzo, que debía haber mostrado el vigor más pleno de la arquitectura y la escultura toscanas, se quedó en un simple proyecto sobre el papel. La Capilla Medici no fue propiamente un equivalente alternativo, ya que debemos situarla en los límites del Barroco (...) Podríamos compara el arte clásico con las ruinas de un edificio nunca terminado cuya forma original debe ser reconstituida a partir de fragmentos dispersos y explicaciones de segunda mano."

 

Tomàs Llorens (A propósito de Miguel Ángel)

(Conservador del Museo Thyssen-Bornemisza) 

Murillo, Mujeres en la ventana. Óleo sobre lienzo, 122 x 101 cm. National Gallery of Art, Washington. 1655-1660
Murillo, Mujeres en la ventana. Óleo sobre lienzo, 122 x 101 cm. National Gallery of Art, Washington. 1655-1660

Bartolomé Estaeba Murillo, Consuelo de los afligidos: los padecimientos de una época en la pintura de Murillo

 

Después de algún tiempo de incomprensión y olvido manifestado especialmente a principios del siglo XX, hoy, en los albores del XXI, la figura de Murillo ha recuperado su ajustada valoración, lejos de los delirios decimonónicos que lo colocaban en la cúspide de la creatividad artística, pero distante también de la condición de pintor almibarado y relamido que se le otorgaba hace ahora cien años. Para mantener esta apreciación equilibrada es necesario, sobre todo, partir del conocimiento de las circunstancias históricas, sociales, económicas y religiosas que se dieron en Sevilla en el tiempo en que vivó y pintó Murillo y también saber luego apreciar las vicisitudes de su fama en épocas posteriores, cuando su obra se proyectó con fuerza sobre el gusto artístico de los siglos XVIII y XIX.

Es preciso, por lo tanto, indicar en primer lugar que Murillo supo traducir e interpretar perfectamente el espíritu de la ciudad en al que nació y vivió, al haber sabido identificarse con los sentimientos que emanaban de la situación histórica producida en su momento. 

 

Enrique Valdivieso

(Catedrático de Historia del Arte en Sevilla)

Van Gogh, La terraza del café por la noche, Place du Forum, Arles. Óleo sobre lienzo, 81 x 65,5 cm. Kröller-Müller Museum, Otterlo. 1888
Van Gogh, La terraza del café por la noche, Place du Forum, Arles. Óleo sobre lienzo, 81 x 65,5 cm. Kröller-Müller Museum, Otterlo. 1888

Vincent Van Gogh, la vida como una prisión de paredes muy altas...

 

Hace poco se ha podido ver en innumerables publicaciones periódicas la fotografía de un autorretrato de Van Gogh, de tamaño gigantesco, en forma de globo, que sobrevolaba Australia. ERa como contemplar la simulación de un Van Gogh liberado, aéreo, mirando —pasando algo más de un siglo desde su trágica uerte en el verano de 1890— desde lo alto y a lo alto, mirando a su nuevo y ficticio horizonte elevado, aquel que al pintor histórico le gustaba tanto, el de cielos y estrellas, soles y lunas, planetas y nubes. Aunque lo cierto es que le atraía mirarlos desde la tierra, desde lo real. Es más, a veces los pintaba juntos, tocándose, llenándose los unos de los otros, los cielos de de la tierra y los hombres, las estrellas de las cosas. Son como trampantojos poéticos y figurativos en los que cada detalle habla, simultáneamente, de otra cosa, incluidos un color o una forma de darlo en el lienzo, como su arte habla de su vida y al revés: en septiembre de 1889, cuando se había internado en el asilo de Saint-Paul-de-Mausole, en las cercanías de Saint-Rémy, después de sus crisis de Arles y de sus enfrentamientos con su amigo y admirado Paul Gauguin, de los que quedan varios y extraordinarios testimonios escritos y pintados, llegó a afirmar que "donde las líneas están muy próxias y acentuadas, allí es donde empeza la pintura" y, podría pensarse razonablemente que, para él, también la vida.

 

Delfín Rodríguez

(Catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid)

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